Murillo, el pintor de la infancia y la gracia popular
- Retazos de Sevilla
- 9 nov 2016
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Espíritu, calidez y ternura son tres puntales que nos llevan hasta el gran Murillo, que aunque suene pequeño por lo humilde, es gigante como giganta denominó Cervantes a la torre mayor de su ciudad. Bartolomé Esteban Murillo consiguió llegar a lo más alto ya en el siglo XVII, ese en el que el Guadalquivir se llevó por delante más de ocho mil casas (el llamado ‘Año del diluvio’ 1626) y el de la gran epidemia de peste bubónica (1646). También estuvo marcado por la prohibición de las comedias de teatro, el hambre y el pillaje. Pero como suele ocurrir en tantas ocasiones, la crisis y las desgracias son el caldo de cultivo donde se cuecen las artes, el ingenio y la creatividad. Un espacio de creación que se torna en el comienzo de una nueva época de prosperidad.

Así, Murillo no sólo alcanzó la gloria en su siglo sino que la siguió en el siguiente y la amplió en el XIX. Numerosos seguidores que se unen desde el pasado a nuestro presente de mano del pincel que esbozó la prodigiosa ‘Sagrada Familia del Pajarito’, obra maestra donde el pintor humaniza lo divino a través de una escena repleta del candor que le caracteriza. Murillo es un pintor de lo religioso circunscrito a lo cotidiano en un halo de etérea sencillez que hace posible la fusión entre el cielo y la tierra en imágenes al óleo. Y es que, aunque su padre era barbero-cirujano, su madre María venía de una familia de pintores y plateros. De ahí su pasión convertida en vida como de la ciudad de Sevilla provendría su alegría, la dicha de vivir que expresaba en su pintura mediante mujeres adolescentes (Inmaculadas) tintadas de inocencia.
No es de extrañar que este artista haya sido representado hasta la saciedad, entre el Paseo del Prado de Madrid y el Jardín Botánico, en el palacio de San Telmo de Sevilla junto a otros tantos personajes ilustres de la ciudad o en la plaza donde se encuentra el museo de Bellas Artes y que ofrece la contemplación de algunas de sus obras más representativas. Algunos de los veinticuatro lienzos que alberga el museo son el de ‘San Antonio de Padua con el niño’ (1665), la ‘Dolorosa’ (1665), las ‘Santas Justa y Rufina’ (1666), la ‘Virgen de la Servilleta’ (1666), ‘Santo Tomás de Villanueva dando limosna’ (1668), o la colosal ‘Inmaculada Concepción’ (1650). También los Jardines que recorren uno de los lados de los muros del Alcázar llevan su nombre y existe la Casa Museo de Murillo en el barrio de Santa Cruz, que será un punto de referencia en el 2017 al hospedar en su interior conferencias, exposiciones y actividades relacionadas con el IV centenario del nacimiento de nuestro protagonista.


Es de esta manera que Murillo brillará todavía más si cabe durante el próximo año con una propuesta en la que participan los dos museos mencionados, el Ayuntamiento, la Catedral, la Fundación Focus-Abengoa y otras entidades públicas y privadas. Todo lo necesario para revisar y revivir a uno de nuestros grandes: Murillo, un colorista que juega con luces y sombras; un genio de la devoción hecha poesía en natural; el creador de un dulce realismo.
Un Paseo por la Sevilla de Murillo
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