Carta a Sevilla
- Retazos de Sevilla
- 20 jul 2016
- 3 Min. de lectura
Sevilla,
todavía recuerdo aquel momento en el que llegaba a ti después de un largo trayecto en autobús desde Salamanca. Recuerdo que miraba a través de los cristales dibujados de paisajes anteriores para descubrirte en la anatomía de tus calles, esas que acabaría recorriendo y conociendo como la palma de mi mano. Recuerdo el momento en el que puse un pie sobre ti para descubrir que me sostenías con dulzura y amabilidad, como el roce del jazmín al aire cuando caía de la planta en la que había pasado parte de su vida. Entonces oí la voz de mi madre de acogida diciendo mi nombre. Más tarde descubriría que el alto tono en el que suelen hablar tus hijos podría ser producto de las casas y corrales de vecinos de dos plantas con los que se guarecían. Ella me abrazó para luego brindarme los dos famosos besos en la mejilla y regalarme un piropo: ‘guapa’, me dijo. Ésta sería mi familia sevillana durante los siguientes cuatro meses.
Y es que Sevilla, eres una ciudad única. Regalas un espacio lo bastante grande para pasear, pero también lo suficientemente pequeño como para sentirse en casa. Bajar por la calle San Jacinto cada día dibujaba una sonrisa en mis labios. Siempre había amigos, familias con sus niños, mascotas, abuelos y comerciantes en la calle disfrutando de un vinito o unas tapas. Las mesas estaban siempre llenas de gente sin importar el día de la semana que fuera rindiendo culto a la famosa Cruzcampo. Cierto es, que tu cultura permite desprenderse por un lapso de tiempo de una realidad no siempre favorable y disfrutar de la compañía de aquellos a los que amamos. O, simplemente, conocer a los que todavía son un simple bosquejo, pues como alguien dijo alguna vez “somos capaces de amar aquello que hemos llegado a conocer”. Sentarse en una cafetería durante dos horas a charlar… ¡es tan difícil encontrar esto en América!
Echo de menos salir a las 11 de la noche y no llegar a casa hasta el amanecer. Echo de menos bailar toda la noche con gente que no habla inglés aunque, a decir verdad, esto fuera un detalle sin importancia, un rasgo superfluo, ya que el único idioma existente eran los pasos de aquel baile y el ritmo irrefrenable de la música. Inolvidable las caminatas de vuelta que nos dábamos a las 5 de la mañana reventadas, pero de cualquier forma maravillosas por la recompensa de unos churros en el Puente de Triana. Recuerdo un miércoles por la noche en el que simplemente me senté a la ribera del río y contemplé las estrellas en el cielo acompañando a la luna. Era como si fuéramos una y todo a la vez, como si aquello tuviera sentido y el ruido de los coches en el Paseo Colón se hubiera quedado sordo. No me importaba estar sola en aquel momento porque no lo sentía así, era una inexplicable ausencia de vacío colmada por el clamor de las luces que tenía enfrente, en aquella otra orilla de esa Triana bordada de cerámica. Mi reflejo en el agua del río era tan ideal como el escenario sobre el que colgaban mis pies, un paréntesis en la vida entre aquel puente inspirado en el Carrousel de París y la Torre del Oro.
Pero lo que más me gusta de ti, Sevilla, es lo que has hecho de mí. Cada día nos enfrentamos al cambio como si fuera un demonio malo, un enemigo al que evitar, pero no, tú me has transformado en una persona mejor. Ahora siento una levedad en mis pies que me permite volar sin necesidad de un avión, una perspectiva más amplia y más rica de lo que es caminar por el mundo. He tenido la suerte de poder ColoreArte con cada aire fresco que tomaba en la calle cuando te recorría con mis pies y tú me acogías con los brazos abiertos. He vuelto a mi país enamorada, con luceros en el corazón y muchas ganas de volver a verte.
¡Hasta pronto Sevilla!
Inspirado en la entrada titulada “Love Letters: Seville” del Huffintong Post (de Allie Megale) http://www.huffingtonpost.com/love-letters/love-letters-seville_b_6297022.html
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